En este capítulo resalta Juan el Bautista, hombre tan importante que reluce en los cuatro Evangelios. Es uno de los personajes más recordados en la historia judía y cristiana—con sus firmes convicciones, voluntad de acero, dedicación por completo a Dios y su misión, abnegado, santo, con un amor severo por la vida espiritual de su nación, y preocupado por todos los niveles de la humanidad.
Mateo 3:1
“En aquellos días”—Es una frase que indica el comienzo de un ministerio importante. Vea, por ejemplo, Ex 2:11, cuando Moisés hizo algo que lo lanzaría en su misión. Otra vez, aquí se nota la comparación que Mateo indicó entre Jesús y Moisés. Algunos eruditos opinan que se podría expresar como “En aquellos días cruciales” (ver Jue 17:6; 18:1; 1 S 3:1; Neh 13:15; Est 2:21; Mt 24:19). La frase a veces se refiere a profecías del Mesías, o a los ministerios de Juan el Bautista, y de Jesús (Jer 33:15; 50:4; Jl 2:28-3:1; Mr 1:9; Lc 2:1).
¿Cuándo apareció Juan en público, y en cuáles circunstancias?
Habían pasado más de 400 años desde que los postreros profetas Hageo, Zacarías y Malaquías anunciaron la palabra de Dios. Opinaban los maestros judíos que al morir esos profetas, el Espíritu de la profecía se apartó de Israel. Creían que había terminado el tiempo en que el Espíritu Santo hablara por medio de profetas o hiciera señales milagrosas.
El Espíritu Santo volvería, creían, al llegar el tiempo correcto para el cumplimiento de las profecías. En el tiempo correcto, y si el pueblo estaba preparado, el ministerio del Espíritu Santo comenzaría de nuevo.
Lucas indicó con más exactitud el tiempo en la historia humana cuando Juan comenzó su ministerio (Lc 3:1). Siendo que las fechas de aquel entonces se calculaban desde el comienzo de un reinado, y tomando en cuenta los reinados concurrentes de Tiberio César, Poncio Pilato, Herodes tetrarca, Felipe y Lisanias, se deduce que Juan el Bautista comenzó a predicar en el año 26 d.C. El indicio más preciso es la fecha en que Pilato asumió el cargo de prefecto romano en Judea—cerca de la pascua (20 de abril, 26 d.C.)—lo cual indica que Juan predicaba a partir de abril – mayo, 26 d.C.
En aquellos días moría la esperanza y la vitalidad espiritual en Israel, y el pueblo sufría atracos horribles de parte de los opresores romanos. Falsos “mesías” judíos se levantaban de vez en cuando, pero siempre fueron exterminados por los romanos después de poco tiempo, y sus seguidores sacrificados sin piedad.
En el mundo pagano el aspecto espiritual era pésimo. Los romanos estaban sumidos en dudas y disolución, sin moralidad o aspiraciones de altura. La mayoría buscaba sólo su propio pan y placer, sin importarles la vida o el bienestar de los demás. Fue una receta social para la depravación individual y familiar. Las religiones se llenaban de personas artificiosas que comerciaban con las creencias. Circulaban libros con instrucciones indicando cómo diseñar y edificar templos y altares para lograr en ellos falsos “milagros”, y así engañar al público y extraer dinero de los ingenuos.
Sin embargo, en secreto y sin dar aviso a los altos gobernantes y poderosos, Dios estaba alistando su Mesías en Nazaret, y ya se cumplían sus 30 años de preparación (Lc 3:23).
“Vino Juan el Bautista”—En hebreo el nombre “Yohanan” (Juan), o el más completo “Yehohanan”, significa “Jehová ha sido misericordioso”, o “Jehová da con gracia”. Varias personas en el Antiguo Testamento tenían este nombre, y en el período de Jesús fue el quinto nombre de mayor uso entre los varones judíos. Varios rabinos importantes llevaban este nombre.
“Vino” debe más bien traducirse como Juan “llegó, se presentó, se puso adelante”. La palabra griega se refiere a la presentación pública de un personaje importante, al comenzar sus funciones oficiales. En griego el verbo es en tiempo presente (“viene”), lo cual enfatiza la importancia continuada de aquel evento pasado. Al aparecer Juan en público, se dio inicio a la enorme serie de eventos que cumplían las remotas y muy solemnes profecías, y que culminarían en la cesación del Antiguo Testamento de la ley, y la creación del Nuevo Testamento de la gracia. La misma palabra griega se emplea en He 9:11 (traducida “estando ya presente”), donde explica el Espíritu Santo que Cristo, “habiéndose presentado” como Sumo Sacerdote de los bienes venideros, ahora está en pleno ejercicio de sus funciones a favor nuestro.
Fue un acto pasado que sigue ofreciendo enormes privilegios ahora, siglos después.
¿De dónde vino Juan?
Juan salió a la luz desde la oscuridad. Fue “hijo de milagro” de padres ancianos (Lc 1:7, 18), tras la visita del ángel a Zacarías, su padre, mientras éste cumplía ministerios sacerdotales en el Templo. Zacarías dio una detallada profecía acerca de los designios de Dios para su hijo, indicándole que iría “delante de la presencia del Señor”. Este, y otros términos que Zacarías habló, se relacionaban con la venida del Mesías (Lc 1:67-79). Sabemos, entonces, que Juan fue hijo único, levita (hijo de un sacerdote), y nazareo (no bebía vino ni comía uvas, no se cortaba el pelo, etc.; Nm 6), y en sus primeros años vivía cerca de Jerusalén, en la serranía de Judá (Lc 1:39-40).
Su padre, siendo sacerdote, le habrá enseñado la ley, las historias y las profecías de las Escrituras judías. Habrá explicado a su único hijo, con más profundad, la profecía que Zacarías pronunció en la ceremonia de su circuncisión (“al octavo día”, Lc 1:59, 67-79). El niño habrá contemplado la lujuria, la corrupción y el vacío espiritual que reinaba entre los sacerdotes en Jerusalén, y en los practicantes oficiales del judaísmo.
Pero Juan no iba a ser sacerdote como su padre, sino fue llamado a ser profeta (Jeremías y Ezequiel fueron sacerdotes y profetas; Jer 1:1; Ez 1:3). Quizás es por esto, y muy posiblemente como resultado de la muerte de sus ancianos padres, que “el niño crecía . . . y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (Lc 1:80). Hay desiertos en varios lugares al sur de Jerusalén, y al este de Jerusalén en las cercanías del Mar Muerto, que es el Mar Salado. Es más probable que Juan creciera en el desierto cerca del Mar Muerto. Allí Juan “se fortalecía en espíritu” (Lc 1:80).
¿Pero quién cuidaba al niño huérfano o adolescente? En esa zona había pequeñas comunidades, principalmente de hombres muy estrictos en la religión judía, llamados esenios. Ellos se dedicaban exclusivamente a Dios, y aborrecían la corrupción religiosa de Jerusalén.
Los esenios excluían a todos, menos los muy dedicados a sus creencias y prácticas severas. Antes de ingresar al seno de la comunidad, un iniciante tenía que servir con absoluta humildad a las necesidades de los congregantes, estudiar profundamente sus doctrinas y libros sagrados, y someterse a muchos baños y lavamientos rituales por día en “agua viva”, o sea, agua que corría. Eran muy dados a las profecías de Isaías, enfocándose en este libro. En su búsqueda de miembros puros, no contaminados por el mundo, muchas veces recibían niños y huérfanos, porque era más fácil adoctrinarlos. Esos niños, recibidos como “familiares”, fueron formados por la crianza en las costumbres y prácticas de los esenios.
Algunos creen que Zacarías y Elizabet, en su vejez, y en rechazo a la falsa piedad de los sacerdotes de Jerusalén, indicaron a su único hijo que, al fallecer ellos, él debía ir a los esenios. Es muy posible que el niño Juan fue criado por los esenios, y el huérfano que amaba la pura fe en Jehová hallara refugio entre ellos, allí en el desierto.
Algunos arqueólogos creen que la comunidad de Qumrán fue edificada sobre la base de una fortaleza construida por el rey Uzías (2 Cr 26:10). Las ruinas del sitio son famosas también porque allí en 1947 se descubrieron muy valiosas copias anticuadas de libros del Antiguo Testamento. Hoy los guías de Qumrán dicen que durante dos años Juan fue aspirante a unirse a los esenios. Esto puede haber sido como consecuencia de su estadía entre ellos desde su niñez o adolescencia.
Los rollos de antiguas escrituras en Qumrán comprueban que el texto de la Biblia (Antiguo Testamento) es preciso: ¡más de 2,200 años de certeza! El libro de Isaías en la Biblia Hebrea actual conforma completamente con la muy antigua copia descubierta en una cueva de Qumrán.
Cerca de Qumrán se halla el riachuelo que baja de la zona de Belén, y que da agua a la famosa oasis de En-gadi, donde el rey Saúl buscaba a David (1 S 23-24), y se dice que el rey Salomón allí enamoró a la mujer de los Cantares (Cnt 1:14).
“El Bautista” refleja la costumbre de Juan de bautizar en agua a los arrepentidos (la palabra griega significa “sumergir bajo la superficie del agua”). Los esenios se lavaban a sí mismos en tanques de piedra; pero Juan sumergía a los arrepentidos en el río Jordán. El bautismo de Juan era distinto de cualquier lavamiento judío, a tal extremo que llegó a ser notorio (Mt 21:25; Hch 18:25; 19:3).
“Predicando”—El kerygma (mensaje) de Juan fue proclamado con todo vigor, acentuado por el estilo de vida del predicador, su vestimenta, y sus singularidades. Es cierto que “Juan habló con fuerza y poder convencedor porque había pasado mucho tiempo con Dios, allí en el desierto. Vino de la presencia de Dios para predicar a los hombres . . . Como profeta, Juan fue luz (Jn 5:35), fue voz (Mt 3:3), y fue una señal al ser el ‘Elías’ que vendría antes del Mesías (Mt 11:7-15)” (William Barclay).
Los esenios aborrecían a todos, judíos y gentiles, que no se juntaban bajo su control, apartados del mundo. En cambio, Juan clamaba e invitaba a cualquier pecador a que se agregase a los arrepentidos, practicando la justicia en su vida diaria (Lc 3:8-14), para ser buen fruto y trigo para el granero. Aquí en la prédica de Juan se ve la gracia inclusiva de Dios, que no aparecía en la doctrina exclusivista de los esenios. Es muy posible que Juan se separó de los esenios, o fue echado de Qumrán, porque sentía compasión para con los pecadores, aquellos que los esenios denigraban como “hijos de las tinieblas”.
“El desierto de Judea”—Era la zona seca al norte del Mar Muerto, y al este de Jericó. Más precisamente, en Betábara, al otro lado del Jordán (al este del río), donde Juan estaba bautizando (Jn 1:25-28). Hoy, la zona donde Juan bautizaba es territorio de Jordania.
Es desierto, pero no era un lugar completamente aislado, porque existía una carretera principal antigua, mejorada por los romanos, con un vado para cruzar el rio Jordán, que conectaba a Jerusalén con la ciudad de Filadelfia, que hoy es Amman, Jordania. Por esta carretera, que distaba unos cuantos metros de donde Juan predicaba y bautizaba, viajaban cientos y hasta miles de personas cada día. Guiado por el Espíritu de Dios, Juan se posicionó donde muchos podrían oír su mensaje.
Los desiertos fueron importantes en la historia de Israel: (1) La ley fue revelada en el desierto de Sinaí (Ex 19:1-3); (2) Elías se refugió en el desierto frente a Jericó (1 R 17:3), cerca de donde Juan bautizaba, y Elías también se refugió de Jezabel en el desierto del Monte Horeb al sur de Beerseba (1 R 19:3-9); (3) Los macabeos hacían la lucha guerrillera desde los desiertos; (4) Los esenios se retiraron al desierto para esperar al Mesías. Hay muchos otros casos, porque Judea está rodeado de desiertos. Dios obra también en los lugares secos.
En el mismo sitio donde Juan bautizaba, el pueblo de Israel acampó antes de entrar a la Tierra Prometida (Dt 1:5; 31:1-2).
Moisés murió en el Monte Nebo, un cerro alto al este del río Jordán, y desde allí contemplaba al pueblo de Israel abajo en el valle del Jordán (Dt 32:48-52; 34:1-7), y toda la extensión de la tierra que Dios estaba dando a los israelitas. Los judíos creen que Moisés murió el año 1.273 a.C. Desde allí, Moisés tenía una clara perspectiva del lugar donde Juan bautizaría unos 1.300 años después. Dios había prometido a Moisés que Él respondería con bendición a los de Israel que se arrepintiesen y se convirtiesen a Él (Dt 30:1-10). En aquel lugar que Moisés conocía, Juan estaba predicando ese arrepentimiento y conversión al Dios de los cielos.
Y allí, en este lugar tan histórico para Israel, Jesús, por el bautismo entraría en su misión salvadora. Desde allí, después de la prueba con el diablo, haría ministerio algo como un año en Jerusalén y Judea, y volvería a Galilea para anunciar a todo el mundo la venida del reino de los cielos, y un Nuevo Pacto.
Lc 1:80 indica que Juan se movía “en los desiertos” (plural en el griego), lo cual indica que siguiendo el estilo de Elías, fue un predicador itinerante. Jn 1:28 nos confirma que Juan bautizaba en Betábara, al este del rio Jordán, pero agrega que también bautizaba en “Enón, junto a Salim” (Jn 3:23), al oeste del Jordán.
Mateo 3:2
“Diciendo”—Juan no callaba. No sabía cuanto tiempo tenía, así que se sintió obligado a hablar. Hay algunos cristianos que dicen que es mejor dar testimonio con la vida y no con las palabras. Juan rehusaba esta frase de derrota. Al contrario, usó toda oportunidad para hablar el mensaje de Dios. Su persona, su ropa, su comida, su posición junto a una carretera importante, fueron atrayentes para hacer resaltar su mensaje hablado. El mensaje era lo más importante para Juan.
“Arrepentíos”—Es la acción que Dios reclamaba por medio de Juan. “Arrepentimiento” en hebreo significa “dar la vuelta, dejar lo malo y volver la cara hacia Dios”, y resulta en un cambio de vida y comportamiento (ver Jer 31:18; Ez 31:11; Os 14:1-2).
En griego “arrepentimiento” (metanoia) combina tres conceptos: (1) cambiar, ser diferente que antes; (2) pensar, cómo uno percibe la realidad y las acciones; y (3) después de haber observado las consecuencias de ciertas actitudes y acciones. Al unir estos conceptos, la traducción literal al español sería “pensar diferente después”. Es un cambio de pensar acerca del camino y la situación de uno, que produce en él o ella remordimiento y una nueva conducta (Mt 3:2, 6, 8; 2 Co 7:10). El verbo es de una acción prolongada (“estén arrepintiéndose”) que no termina; es decir, uno debe entrar en una vida de arrepentimiento, siempre dejando atrás lo malo y bajo, y cambiar diariamente hacia lo que Dios desea en sus hijos. Es un constante transformación interior que afecta la vida exterior de una persona.
Implica angustia y pena al considerar el mal camino que uno transitaba, e incluye la decisión de abandonar ese mal camino. Es una decisión que afecta la voluntad y un nuevo proceder, habiendo uno dejado el proceder anterior. Refleja el concepto bíblico de volver, cambiar la dirección moral, dar la vuelta hacia Dios (Is 55:7; Ez 33:11; Jl 2:12-13; Hch 3:18; 17:30; 26:20).
Arrepentimiento no es penitencia. Fue un gran error cuando San Jerónimo tradujo esta palabra en la Biblia Vulgata como “hagan penitencias”. De esta equivocación nació una doctrina errónea que condujo al exceso de las indulgencias, las peregrinaciones de sufrimiento, y otros graves paganismos de doctrina y vida religiosa.
Tres veces en este capítulo (vs 2, 8, 11) aparece la palabra “arrepentimiento”, y recordemos que tres veces para un israelita significaba “mucho, completo”. Aquí, en el comienzo del evangelio de salvación, hay un gran énfasis en el arrepentimiento, un énfasis que continúa en el ministerio de Jesús (Mt 4:17; 9:13).
Juan no clamaba por una resistencia armada en contra de los romanos, como hizo el galileo nacionalista Judas de Gamala (“el Galileo”; Hch 5:37), 20 años antes. Ni clamó Juan por una resistencia pasiva contra los opresores. Juan predicó arrepentimiento como el primer paso hacia justicia y vida, y en expectación del reino que es de los cielos.
Hoy también hay mucha necesidad en el ministerio cristiano de predicar el arrepentimiento. Son necesarias las advertencias y las denuncias, como hizo Juan. Notemos, además, lo profundo del ministerio de Juan: denunciaba a las personas por lo que hacían, y por lo que no hacían, que son pecados de comisión y de omisión. En esos campos, todos tenemos porqué vivir arrepintiéndonos.
“Porque el reino de los cielos”—Es la razón de todo este escenario y los eventos que se relatan.
“Reino de los cielos” es usado más de 30 veces en Mateo, quien también emplea la similar frase “reino de Dios” (12:28; 19:24; 21:31, 43). “Cielos” es frecuentemente plural en el hebreo del Antiguo Testamento, representa el lugar donde Dios reside, y por ende, representa a Dios mismo (1 S 2:10; 2 S 22:10, 14; 1 R 8:30, 34, 36, 39, 43, 45, 49; 1 Cr 21:26; etc.). Ver Lc 15:18, 21 donde el pródigo usó “cielo” en vez de “Dios”.
Daniel habló del “Dios en los cielos” a Nabucodonosor, sabiendo que el rey de Babilonia entendería que refería al Dios que es sobre todos los dioses (Dn 2:28, 37, 47; 4:23, 26, 34, 37).
Los textos hebreos del Talmud frecuentemente empleaban “reino de los cielos”. Los rabinos judíos entendieron los términos “reino”, “reino de los cielos”, y “reino de Dios” como expresiones equivalentes. Muchas veces empleaban “reino de los cielos” para no familiarizar demasiado al pueblo judío con el sagrado nombre de Dios. Mateo, al escribir en primer lugar a judíos, mantenía el uso de términos que ellos reconocían.
La promesa de un reino celestial fue muy conocida por los judíos en el tiempo de Juan, y lo que sigue es un pequeño ejemplo de ello. Esperaban un rey prometido, justo en todo: Is 2:1-5; 9:6-7; 11:1-16; Jer 23:5-8; Ez 37:24; Mi 4:1-13. Especialmente ver Dn 2:44-45; 7:13-14, y Zac 14:9. El Talmud judío muchas veces menciona al “Rey Mesías”. Jesús empleó este concepto de la gloria y el poder del Rey acerca de sí mismo (Mt 13:41; 25:31, 34, 40).
La expresión “reino de los cielos” encierra tres conceptos vinculados:
- Monarquía, autoridad real, soberanía, majestad, realeza (Mt 16:28; Ap 11:15; 17:18);
- Reinado, reinar, período o tiempo cuando un rey ejerce su poder (Mt 25:31);
- Reino, la organización de gobierno sobre un pueblo, la extensión geográfica y el territorio controlado por un rey (Mt 4:8; 12:25). Dn 7:14 cubre todos estos conceptos al señalar el imperio de Cristo: “Le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”.
La diferencia entre el reino de los cielos y la iglesia es el dominio directo del Rey con sus ciudadanos. La iglesia es visible, muchas veces falla, y puede observar y controlar sólo el exterior de personas en ciertas localidades. En cambio, el reino de los cielos es invisible, siempre verdadero, directo, interno y omnipresente.
El origen del reino de los cielos, su propósito, su Rey, el carácter y destino de sus ciudadanos, sus leyes, sus instituciones y sus privilegios son todos relacionados con los cielos donde mora Dios. Es el reino de Dios sin límites geográficos, nacionales o raciales, de idioma o género. La entrada a este reino depende de un profundo cambio de pensar, fe absoluta en el Señor Jesucristo, y la renovación moral y espiritual que el Espíritu Santo produce en sus seguidores.
La idea de que Israel tuviese un rey había sido pisoteada durante más de 600 años por los ejércitos de Asiria, Babilonia, Egipto, Grecia y Roma. Las guerrillas de los macabeos no la resucitaron. Pero la esperanza yacía, casi dormida, en el alma judía. Así que cuando Juan se presentó con su poderoso y atractivo mensaje para el abatido pueblo de Israel, multitudes de personas salieron al desierto para oírlo.
Mateo 3:3
“Pues éste es aquel”—Es una frase que señala y explica el cumplimiento de una profecía (Jn 1:30; Hch 7:38; ver palabras similares en Hch 2:16; 4:11).
“De quien habló el profeta Isaías”—Estas palabras son reforzadas en Lc 3:2, donde dice que “vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. La palabra de Dios proclamó la profecía acerca de Juan y, al obedecer Juan el llamado del Señor, vino la palabra de Dios a Juan, lo cual es señal de que uno es profeta (Is 7:3; 8:1; Jer 1:1; Ez 6:1; 7:1; Dn 8:1; 10:1; Os 1:1; Jl 1:1; etc.)
Isaías fue el profeta predilecto de los esenios en Qumrán, y si aconteció que Juan estuvo algunos años con ellos durante su adolescencia y juventud, habrá aprendido de memoria largas secciones de Isaías. Isaías escribió más textos acerca del Mesías venidero que cualquier otro profeta del Antiguo Testamento.
“Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. Es una cita del griego en la Septuaginta (LXX), de Is 40:3.
Is 40:3 originalmente fue parte del mensaje consolador a los cautivos judíos en Babilonia, de que volverían a Palestina bajo la protección de Dios.
Pero la aplicación de Is 40:3 en Mateo, y los versículos siguientes en Isaías, obviamente ofrece promesas mesiánicas: Is 40:9, “¡Ved aquí al Dios vuestro!”; 40:10, “Jehová el Señor vendrá con poder”; 40:11, “Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas”. Cada uno de estos textos se cumplió en la persona y el ministerio del Señor Jesús.
Al aplicar este texto al ministerio de Juan, el Bautista es elevado a un nivel muy alto, y de gran importancia. Juan proclamó, como un mensaje de libertad del exilio espiritual en que vive la humanidad: “El que viene (lo cual fue un título que los rabinos usaron para el Mesías) está ya aproximándose; ¡Prepárense para su llegada!”
En la antigüedad, los caminos de Israel eran huellas difíciles, llenos de piedras, deslizamientos de tierra, y otros obstáculos. Un camino para el uso de reyes era un “camino real”, donde el rey viajara con comodidad y rapidez. Los caminos requerían mucha reparación antes que pasara el rey. Un pregonero era siempre enviado del palacio para advertir a los campesinos y aldeanos que preparasen el camino, para que estuviera en buenas condiciones cuando llegara el rey. Is 40:4 explica los detalles de la preparación vial.
El texto hebreo de Is 40:3 es sin comas: “en el desierto preparad el camino del Señor”. Es decir, a pesar de que estemos en lugares secos y difíciles, allí preparemos, estemos listos, para la presencia del Señor.
Miqueas profetizó lo mismo: “Subirá el que abre caminos delante de ellos; abrirán camino . . . y su rey pasará delante de ellos, y a la cabeza de ellos Jehová” (Mi 2:13).
El ángel Gabriel dijo claramente a Zacarías que su hijo, Juan, tendría la misión de “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1:17). Juan debía incitar en la población la expectativa mesiánica, comenzar el rumor y despertar en muchos corazones el deseo de que se cumplieran las antiguas promesas.
Y esto lo hizo Juan, con excelencia.
Mateo 3:4
“Vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos”—Era una túnica tejida de pelo de camello. El pelo de camello es espeso y algo rígido, lo cual haría que la túnica fuera pesada e incómoda, y su costo mínimo. Era de una sola pieza, que se colgaba desde los hombros y se juntaba con un cinturón simple de cuero barato, para mantener la túnica en su lugar alrededor del cuerpo. Otros hombres usaban túnicas de materiales más livianos, y cinturones muy decorados y costosos. Juan se vestía de la misma manera que el profeta Elías (2 R 1:8). El Bautista no usaba los cuatro “tsitsis” decorativos, borlas que se colgaban de las cuatro esquinas de la túnica de un judío religioso.
Mateo notó lo diferente y llamativo del vestimento de Juan. Pero no describió la ropa de Jesús, lo cual da a entender que Jesús se vestía en una manera normal para un rabino, y que no usaba ropa diferente de otros rabinos. Juan escribió acerca de la túnica del Señor, “la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo” (Jn 19:23).
“Su comida era langostas”—La ley de Moisés permitía comer langostas (Lv 11:22). Hasta hoy, en partes del Medio Oriente, se comen langostas fritas o hervidas. La palabra griega usada aquí (“akris”) se refiere al insecto, no a las semillas o la goma de un árbol.
“Miel silvestre” de abejas. La zona del río Jordán tiene un clima templado y caluroso, con muchas plantas y flores naturales donde las abejas pueden criarse y alimentarse. Es común que las abejas de Palestina construyan colmenares en los árboles, en huecos de la tierra, en peñas u otros lugares (Dt 32:13; Jue 14:8-9; 1 S 14:25-26; Sal 81:16).
El vestido y el alimento de Juan predicaba su dedicación completa y sencilla a Dios. Casi siempre la vida del predicador es parte de su mensaje.
¿Por qué se vestía y comía Juan tan pobremente? Si es que Juan, siendo huérfano, estuvo en la comunidad esenia de Qumrán durante su juventud, y si tuvo conceptos diferentes de los del líder, el código de conducta esenio demandaba que tal persona fuera echada inmediatamente, sin ropa y sin comida. No era permitido que ningún miembro de la comunidad le ayudara . Así que, solo, y sin amigos que le ayudasen, Juan hizo lo que pudo, sin dinero, para conseguir ropa y alimento. Su misión requería actividad inmediata, y cumplir su cometido le era más importante que una vida cómoda.
Malaquías profetizó que antes de aparecer el Mesías, vendría “Elías” para “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (Mal 4:5-6).
El ángel Gabriel dijo a Zacarías, cuando estaba ministrando a Jehová en el Templo, que su hijo (Juan) “irá delante [del Señor] con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos” (Lc 1:17). Jesús mismo declaró que Juan fue el cumplimiento de la profecía acerca de uno como Elías (Mt 11:14; 17:10-13). Humildemente, Juan no quiso reclamar el derecho de ser tan importante e ilustre, lo cual explica su negación de ser Elías en Jn 1:19-28.
Como Elías, Juan el Bautista fue una figura imponente, que al solo verlo el pueblo sentía que estaba frente a una persona convencida de su mensaje, que con su voz fuerte y palabras de reprensión inflamaba los corazones hacia el arrepentimiento y la santidad. Así se cumplió la profecía de Gabriel acerca del ministerio de Juan: “para hacer volver los corazones . . . de los rebeldes a la prudencia de los justos” (Lc 1:17).
Mateo 3:5
“Entonces salían a él” (RVA2015)—“Entonces” es una palabra clave en el griego (“tote”), pero varias ediciones de la Biblia en español no incluyen su traducción aquí. Significa una importante transición en la historia; ver las notas sobre 3:13.
Juan bautizaba en el río Jordán (Mt 3:6). Según el Evangelio de Juan el sitio fue Betábara (Jn 1:28), en la ribera este del río Jordán, el lado opuesto de Jericó, que hoy pertenece a la nación de Jordania. Es el lugar donde Israel acampaba antes de entrar en la Tierra Prometida (Dt 1:1, 5; Jos 3:1). Aquí Moisés se despidió del pueblo de Israel, subió al Monte Nebo para ver la Tierra Prometida, y luego murió (Dt 32:48-50; 34:1-6).
Betábara significa “casa del cruzar, o lugar de vado”. Es donde los israelitas bajo Josué usaron el vado para cruzar el crecido, pero milagrosamente detenido, río Jordán (Jos 3:1-4:24), y donde el profeta Elías fue llevado al cielo en un carro de fuego (2 R 2:7-13). Es un sitio que ofrece muchas memorias de la obra de Dios con su pueblo, y un excelente lugar para que Juan bautizara a Jesús, para que el Señor comenzara su ministerio mesiánico que culminaría en un Nuevo Pacto y un nuevo pueblo internacional. Nos hace reflexionar en “cruzar” de la vida vieja a la nuevo, y la esperanza de “subir” con Jesús al cielo.
Es notable que Juan escogió un lugar muy público, cerca de los vados del Jordán, para su lugar de ministerio. Miles de personas por mes transitaban por ese lugar, que fue próximo al camino principal entre las ciudades de Jerusalén y Filadelfia (hoy Amman, Jordania). Juan, y luego Jesús, escogían lugares públicos, muy accesibles a grandes cantidades de personas, para ministrar. ¡Nos conviene seguir su ejemplo!
El impresionante aspecto físico de Juan, el rigor de su vida abnegada, y el estruendo de su mensaje tuvo el efecto deseado: grandes cantidades de gentes se apresuraban a escuchar al profeta extraño. Profetas del pasado eran extraños. Moisés pastoreando solo en el desierto (Ex 3:1); profetas hacían música en los caminos (1 S 10:5-6, 9-12); había extraños comportamientos de Jeremías y Ezequiel (Jer 5:1; 13:1-11; 18:1-6, etc.; Ez 3:22-27; 4:1-17; 5:1-4, etc.). Al oír de un profeta en su día, el pueblo corría para verlo y escucharlo.
El año 26 d.C. fue un año de sábado, un descanso de la agricultura y otros comercios, lo cual dejó a muchos judíos sin los trabajos normales. Tenían libertad para viajar a ver el Bautista y escuchar su mensaje.
“Jerusalén”—De Jerusalén venía la gente sencilla, también los religiosos que se jactaban de ser hijos de Abraham, soldados foráneos contratados por Herodes y soldados romanos que extraían favores forzados de los judíos. Se presentaron también los publicanos que habían traicionado al judaísmo para ganar plata, comerciando con los impuestos de Roma (Lc 3:10-14).
“Toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán”—Judea fue la parte geográfica que rodeaba a Jerusalén al norte, sur, este y oeste. Varias otras zonas estaban cerca del Jordán: Perea, Samaria, Galilea, Gaulanitis y algunas ciudades del Decápolis (diez ciudades de habla griega). Personas llegaron de todos estos lugares para escuchar a Juan.
La turba de gente que venía a Juan, cosmopolita, rural, religiosa, militar, avara, pobre y rica, representaba la sociedad de aquel entonces. Nos muestra que el mensaje recibido de Dios, y predicado con honestidad, seriedad y pasión, llega al corazón de todos los niveles sociales.
Mateo 3:6
“Eran bautizados por él en el Jordán”—La única interpretación fiel a la palabra griega (“baptizo”) es “ser sumergido” en agua.
Los judíos sumergían a gentiles convertidos al judaísmo: los instruían en la ley mientras se paraban en el agua, pero no bautizaron a otros judíos. Sabemos por Lc 3:14 que soldados vinieron a Juan, y esos soldados habrán sido de otras naciones. Juan reclamó el bautismo de arrepentimiento para todos, gentiles y judíos, y de esta manera aniveló a todos como iguales delante de Dios. Pablo también, en Ro 2 y 3, demostró que judíos y gentiles están ambos bajo pecado e igualmente en gran necesidad de la gracia de Dios.
Los esenios de Qumrán, que posiblemente albergaron a Juan en su juventud, practicaban (1) lavamientos varias veces al día; (2) se bañaban (bautizaban) a sí mismos; (3) eran exclusivamente judíos separados; (4) empleaban tanques donde entraba un pequeño chorro de agua corriente; (5) servía para purificación ritual; (6) y así se preparaban para la batalla final entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas.
Juan practicaba (1) un solo bautismo; (2) bautizaba a los individuos; (3) no importaba que fuesen judíos o gentiles; (4) los bautizó en el río Jordán; (5) los penitentes confesaban sus pecados para arrepentimiento; (6) la razón fue porque el reino de los cielos se acercaba en la persona de Jesús, y los bautizados querían vivir correctamente en su vida diaria.
Como Elías en el Monte Carmelo reclamó a la gente que decidiera seguir a Jehová (1 R 18:21), Juan, siendo el segundo Elías, demandaba que el pueblo se volviera de su egoísmo y pecado a Dios.
“Confesando sus pecados”—Algunos creen que confesaban sus pecados públicamente, parados en el río al lado de Juan, antes de ser sumergidos en el bautismo. En Lc 3:10-14, Juan habló públicamente de sus pecados a los que venían a su bautismo. Es obvio que el bautismo de Juan fue a ojos del mundo; no fue un acto secreto.
¿Por qué confesaban sus pecados? No hubo ninguna presión física para que confesaran, como ha practicado algunos gobiernos totalitarios que obligan a la gente a confesar “pecados sociales”, o ser castigados severamente.
Confesaban según su propia voluntad y, como en los casos de verdadero arrepentimiento cristiano, porque (1) sentían la carga personal interior, el remordimiento por sus pecados; (2) deseaban limpieza, la paz (“shalom”, salud y bienestar) en sus conciencias; (3) buscaban el perdón, la seguridad que Dios les aceptara; (4) escuchando al Bautista, fueron convencidos por el Espíritu Santo en sus corazones que necesitaban lo que Juan les ofrecía; (5) Juan les aseguró que si ellos daban el primer paso, Aquel (Jesús) que vendría pronto les alcanzaría bienestar (“buen fruto, trigo en el granero”), y (6) les daría su Espíritu Santo; (7) temían el juicio que vendrá a los desobedientes y no arrepentidos.
La confesión, a veces pública, se practicaba en Israel desde Moisés, mucho antes de Juan (Nm 5:6-7; Sal 32:5; Pr 28:13). Ahora tenía una importancia crucial, porque a través del arrepentimiento y el bautismo, Juan estaba quitando los estorbos en el camino espiritual, y preparando miles de personas a lo ancho y largo de Israel para recibir al Mesías.
Mateo 3:7
“Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo”—No vinieron para ser bautizados. Jesús declaró que los fariseos no fueron bautizados por Juan (Lc 7:30). Mas bien, era la gente sencilla y los publicanos que se humillaba, confesaba sus pecados, y se sometía al bautismo de Juan (Lc 7:29). Vinieron los fariseos y saduceos para fríamente observar, criticar y volver a Jerusalén para denunciar al Bautista ante los partidarios de ellos.
En el griego, hay un solo artículo para fariseos y saduceos, dando a entender que Juan no vio ninguna diferencia entre estos dos partidos—ambos, a pesar de sus contenciones doctrinales y prácticas, estaban en la misma condición: bajo el juicio de Dios. El uno no era mejor que el otro. Los muy conservadores fariseos y los muy liberales saduceos estaban igualmente perdidos en su egoísmo y pecado. En tres años colaborarían en su oposición a Jesús, y juntos procurarían su muerte (Mt 16:1, 6, 11-12; 26:3-4, 59; 27:20). En la mayoría de los casos los sumos sacerdotes eran saduceos, mientras los escribas eran fariseos.
Los fariseos y saduceos, siendo líderes públicos en Israel, debían de haber sido los primeros en limpiar sus vidas y demostrar su expectativa para el Mesías.
Los fariseos formaban un partido ultraderechista, pegado a la ley acumulativa de los maestros judíos, y eran muy estrictos en su aplicación. Se calcula que cuando murió Herodes el Grande, había 6.000 fariseos en Judea. A la ley de Moisés (con sus 613 mandamientos) agregaron muchos otros reglamentos recolectados a través de los siglos, hasta llegar a tener un código extremadamente voluminoso (ver las acusaciones de Jesús en Mt 23). Porque habían sido nacionalistas, el público en general apoyaba a los fariseos, aunque sus reglamentos eran muy difíciles de llevar. Fueron grandes hipócritas, portándose como si fuesen justos, cuando en verdad cometían horribles abusos contra el pueblo, especialmente en contra de los indefensos y débiles (viudas, huérfanos, pobres, etc.).
Los saduceos eran menos en número que los fariseos, habiendo entre ellos muchos ricos, quienes abiertamente robaban a la gente humilde. Por esta razón tuvieron más peso político, y fueron mayoría en el sanedrín (el congreso) de los judíos. Rechazaban los reglamentos de los fariseos, y se jactaban de observar solamente los cinco libros de la ley de Moisés. No creían en la resurrección ni en los ángeles. Gozaban de mejores relaciones con los romanos, porque eran “realistas” que se acomodaban a las situaciones políticas actuales. La mayoría de los sumos sacerdotes venían del partido de los saduceos, habiendo logrado la posición debido a sobornos y sus relaciones con los gobernantes.
En sus prédicas, Juan volteó las cosas: los de arriba serían los de abajo (Mt 3:7-10). Tanto los gobernantes saduceos, como los religiosos fariseos, fueron juzgados y severamente advertidos por Juan. La riqueza y la influencia no salvan. Y no salva la extrema religiosidad.
“Les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?”—Muchos judíos creían que al venir el Mesías habría una explosión de la ira de Dios contra sus enemigos, es decir, los gentiles. Pero Juan anunció que todos los impenitentes están bajo el inminente juicio de Dios, gentiles y judíos, y todos deben humillarse ante el Mesías (ver también Ro 1:16; 2:9-11).
Hay tres tipos de víbora venenosa en la región de Palestina, cada uno muy peligroso. La cobra del desierto también se ve en la zona. Siendo que vivía en el desierto y en el bosque al lado del río Jordán, Juan seguramente había visto a las víboras, y tal vez a la cobra. Sabía que una mordida sería fatal.
Juan comparaba a fariseos y saduceos, ambos, con un nido de víboras. Son ellos, y sus semejantes hoy día, hijos de su padre, Satanás, la serpiente que es enemigo de Dios y de los humanos (Gn 3; Ap 12:9; 20:2). La astucia de la víbora, el engaño de la víbora, la práctica de la víbora de esconderse y así sorprender a su víctima, lo mortal del veneno de la víbora, todo ello se asemeja a los procederes de estos peligrosos supuestos líderes religiosos. Hubo víboras espirituales en el tiempo de Juan, y hay víboras similares en nuestros tiempos. Es importante notar que cuando nace una víbora, que sea directamente de la madre o de un huevo puesto por la madre, la víbora recién nacida tiene colmillos y veneno presente. Es pequeña, pero es peligrosa.
En aquellos tiempos, como sucede hoy en muchas naciones, después de la cosecha el agricultor quema la paja que queda en la chacra. Al extenderse las llamas de fuego por la chacra, muchas veces las víboras son atrapadas y quemadas. Después, entre los escombros se ve las víboras muertas, que no escaparon del fuego.
Juan advierte a las víboras humanas, fariseos y saduceos, que viene el fuego de la ira de Dios contra su falsedad y pretensiones humanas, y ellos serán quemados si no se arrepienten. Jesús también los llamó víboras, los criticaba severamente (Mt 12:34), y les reprendió porque estaban condenándose al infierno (Mt 23:33).
¿Qué debían hacer? ¡Huyan!, exclamó el Bautista. Dejar su lugar, renunciar a su seguridad ficticia, escaparse del peligro, humillarse ante Dios, pedir su misericordia, ser bautizados, y servir fielmente al Mesías, Aquel que vino como el Siervo Sufriente.
Mateo 3:8
“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento”—En el griego “fruto” en este versículo es singular, y de esta manera Juan reúne los pasos a seguir en lo que el consideraba un solo acto de humillación y fe. En este caso, y según el contexto, el fruto, como la cáscara, la carne, y las pepas de una fruta, es: arrepentimiento (Mt 3:2, 8, 11), bautismo por los pecados de uno (Mt 3:11), y fe en el Mesías que venía (Mt 3:11-12). Juan acumulaba los diferentes pasos del arrepentimiento y fe como lo hizo Santiago, medio hermano de Jesús: “Yo te mostraré mi fe por mis obras” (Stg 2:18; ver además Stg 1:22-25).
Un pasaje paralelo, Lc 3:8-14, habla de “frutos” en plural. En este contexto los frutos son: (1) Arrepentirse (3:3, 8); (2) Compartir lo que uno tiene con aquel que no tiene (3:11); (3) Cobrar lo justo, no enriquecerse abusando de otros (3:13); (4) No extorsionar, no calumniar, vivir contento con lo que uno tiene (3:14); (5) Creer en el que viene (3:15-17).
“Haced” es una palabra muy importante en la teología de los judíos y del Nuevo Testamento, repetida miles de veces. Entre sus muchos usos hallamos: (1) Refiere a la obra creativa de Dios, cuando Él hizo todo lo que fue hecho (Gn 1:1-2:3; etc.); (2) Habla de las obras de ayuda y redención hechas por Dios (Ex 13:8; 14:13; 15:11; Is 66:2, etc.); (3) Se empleó para hablar de producir (hacer) frutos de la tierra (Dt 28:11; Mt 5:45, etc.); (4) Involucra actividad creativa (Is 46:10; Jer 18:4, etc.); (5) Muestra cariño y compasión (1 S 2:19; 1 R 17:13; Lc 13:13, etc.); (6) Jesús hizo la salvación mediante la sangre de su cruz (Col 1:20); (7) Dios hará todo nuevo (Is 43:19; Ap 21:5, etc.).
En realidad, Juan estaba insistiendo a los fariseos y saduceos que dejaran su inmovilidad espiritual para entrar en un movimiento del futuro y de promesa, el reino de los cielos. Fue una advertencia, y a la vez una invitación a la redención activa.
Entonces, ¿Juan enseñó que la salvación es por obras justas? No, Juan enseñó lo mismo que enseñó el Señor Jesús: “Por sus frutos los conocerán” (Mt 7:15-20).
Juan declaró claramente que palabras solas, o ritos religiosos, no son suficientes para escaparse del juicio y adquirir la salvación. Tiene que haber un profundo cambio interior que transforma la conducta exterior de una persona, y muestra que él o ella es buen fruto y trigo para el Mesías. Sólo el Espíritu Santo, al aplicar la verdad acerca del Señor Jesús, puede hacer esta transformación profunda y esencial. La realidad es que un cambio de corazón produce un cambio en el caminar.
Mateo 3:9
“No penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre”—Juan les advirtió, según la interpretación literal del griego, que ni “imaginen en sus corazones” un concepto tan erróneo. El sabía que los fariseos y otros habían formulado ese concepto equivocado, y lo repetían en sus reuniones de reflexión y estudio teológico.
Tomaban la idea “padre tenemos en Abraham” (en Mt 3:9 el énfasis está en “padre”), y opinaban que como descendientes físicos de Abraham eran los favoritos de Dios, y por eso escaparían del juicio divino (ver Jn 8:33, 39). Un rabino judío dijo: “En la edad venidera Abraham se sienta al lado de la puerta del infierno, y no permite que ningún israelita circuncidado descienda allí.”
Pero Juan les libra de esa enorme mentira, y les acusa directamente de su racismo religioso. El Señor Jesús amplió lo que Juan dijo, al declarar que los “hijos del reino”, los israelitas, serán echados a las tinieblas de afuera, mientras los gentiles del oriente (Partia) y del occidente (Roma) se sentarán con Abraham y los patriarcas (Mt 8:11-12).
Aplicando esta verdad, Pablo la manifestó claramente: “Porque todos los que fueron bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y ya que son de Cristo, ciertamente son descendencia de Abraham, herederos conforme a la promesa” (Gal 3:27-29; RVA2015).
Tanto padres como hijos han de tener en mente que la parentela física no da acceso espiritual. Cada persona, no importa quien fuera su padre, tiene que arrepentirse y entrar por fe en Jesús al reino de los cielos. El evangelista Billy Graham lo dijo correctamente: “Dios no tiene nietos”. Dios tiene solamente hijos e hijas que han dejado su egoísmo y pecado, y con humildad han recibido y ahora siguen a Jesús.
“Porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras”. “Os digo” es lo que un superior dirá a sus subalternos. Juan lo dijo una vez en Mt (3:9), pero Jesús lo repitió 55 veces en Mateo. Es como un jefe que dice: “¡Escuchen bien!”, y los empleados deben prestarle total atención.
En esta declaración, Juan estaba usando dos palabras que en el hebreo suenan similares: Piedras es “abanim”, e Hijos es “banin”. Juan dijo que “de estas abanim Dios puede levantar banin.” (Los predicadores debemos prestar atención a lo que hizo Juan para que la gente recordara sus mensajes. Es como si Juan dijera en el español: “De estas piedras Dios puede producir prole.” Es más fácil recordar piedras/producir/prole.)
“Dios puede”—El énfasis en el griego está en el poder (“dunamis” de donde viene la palabra “dinamita”) de Dios.
“Puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras”—Si Dios hizo al mundo de la nada, ¿no podrá Él dar vida a las piedras? La tierra de Israel está llena de piedras, de toda clase y tamaño. Entonces, si Dios levantara hijos de las diferentes piedras, da por entendido que los hijos serían diferentes el uno del otro. Juan sigue proclamando la idea de que Dios podrá ir más allá de la nación de Israel, si Él quiere, y hasta incluir a los gentiles. En Jn 1:29, Juan claramente dijo que Jesús quita el pecado del mundo, no solo de Israel. El Bautista vio la obra internacional, interracial, interétnica del Mesías, que no estaría limitada sólo a los judíos.
Pablo entendía que todos los que creen en Jesús “son hijos de Abraham” (Ro 4:6; Gá 3:7). En verdad, la historia de la iglesia demuestra la enorme cantidad de gentiles, de diferentes culturas y trasfondos, que han ingresado al reino de los cielos.
Juan estaba en buena compañía profética, pues en Ez 37:1-14, leemos la visión de Ezequiel del valle de huesos secos, y cómo el Espíritu les dio vida. El mismo Espíritu puede dar vida a los corazones judíos y gentiles más empedernidos.
Mateo 3:10
“Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles”—Juan cambia la ilustración de piedras a árboles, ya que el valle del río Jordán es un extenso bosque desde el Mar de Galilea hasta cerca del Mar Muerto.
Estas palabras de Juan son aun más serias. Al hablar de piedras, no infirió que algunas piedras serían desechadas, sino que otras serían agregadas. Pero cuando habla de un hacha puesta a la raíz, habla de quitar, desechar y destrozar al árbol.
“Y ya también” significa en el griego “Ya, ahora”. Al usar estas palabras Juan advertía: ¡El futuro juicio ya comenzó!
“El hacha”—Por medio de Eliseo, sucesor del profeta Elías, Dios hizo flotar un hacha prestada cuando cayó en el río Jordán (no lejos de donde Juan estaba predicando), mientras jóvenes estudiantes cortaban árboles para construir sus casas (2 R 6:1-6). Juan tomó un suceso histórico y lo usó como una poderosa ilustración.
“El hacha está puesta . . . es cortado”—Juan usó el tiempo presente en ambos casos, aunque nuestras traducciones al español no lo indican. En la mente de Juan el juicio no era solamente futuro, sino que ya estaba en progreso, y las personas estaban determinando su destino por medio de las actitudes y acciones que tomaban diariamente. Si el juicio de Dios era tiempo presente en la época de Juan, ¿cuánto más hoy día?
“Está puesta” indica que el hacha está ya en este momento en la mano del talador, y que lo está alzando para tumbar el árbol.
Para terminar totalmente con un árbol se le cortan las raíces, y no podrá brotar otra vez. Dios aborrece la maldad y el daño que el pecado produce, y su plan es terminar con el diablo, sus demonios, y todo aquel que sigue y practica el pecado (Ap 20:11-15; 21:27; 22:15).
“A la raíz de los árboles”—“Raíz” es singular, mientras “árboles” es plural. ¿Por qué? Es porque todo pecado viene del egoísmo, la declaración que nosotros somos independientes, y que no dependemos de Dios ni tenemos que obedecerle. Esta es la raíz. En Lc 3:8-14, Juan señaló este egoísmo en el pueblo, en los publicanos, y en los soldados. Recordemos que Satanás fue arrojado del cielo por su egoísmo y rebeldía (Is 14:12-15, etc.; Ez 28:2, 5-6, 12-19; Lc 10:18; Ap 12:3-4, 7-9). El bautismo de Juan en el Jordán requería humildad en los candidatos, y así Juan les enseñó que la humildad es necesaria para aquel que desea entrar en el reino de los cielos.
“Por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”—Otra vez Juan emplea palabras que suenan casi iguales en el idioma original. La palabra “raíz” es “ikkar”. Talar un árbol es “kar.” Así que “el hacha está puesta al ikkar, y todo árbol que no produce buen fruto es kar.”
“Todo árbol”—Ninguno estará exento de la inspección divina. Todos los judíos, y todos los gentiles serán examinados por Dios. Hoy se extiende en el mundo la creencia de que al morir uno, se acaba todo. Pero Jesús, que vino de la eternidad y regresó a la eternidad, habló claramente del juicio divino después de la muerte física (Mt 7:21-23; 10:28; 12:41-42; 22:11-13; 24:30-51; Mt 25; Jn 5:24-29; 12:48; etc.).
“Buen fruto”—¿Puede un árbol malo producir buen fruto? Jesús contestó esta pregunta en Mt 7:16-20, donde Él también advierte que todo árbol que no produce buen fruto será cortado y echado en el fuego.
Juan es muchas veces criticado por ser tan severo. Pero los criticones ignoran que Jesús predicó lo mismo que Juan acerca de la seriedad del juicio de Dios.
Juan denunciaba los pecados en el Templo y la sinagoga (Mt 3:7-10), en el Estado (Mt 14:3-5), y en el pueblo (Lc 3:10-15). Al estudiar el ministerio del Señor Jesús, vemos que Él hizo lo mismo (Mt 23; Lc 13:31-32; Mt 5-7).
“Echado en el fuego”—Literalmente “a fuego será arrojado”. Es lo que se hace con árboles inservibles. No debemos pensar que el Bautista habló estas palabras con una alegría maligna, como que le gustara ver personas destruidas. Tomando en contexto lo que dijo, pensemos en una huerta con sus plantas y árboles. Cuando plantamos un árbol, lo abonamos y lo regamos repetidas veces, esperamos que crezca y produzca fruto. Pero si después de mucho tiempo no produce nada, es con cierta tristeza profunda que lo quitamos del terreno, para plantar en su lugar algo que sí producirá. Este es exactamente el espíritu que el Señor Jesús mostró en Lc 13:6-9; pacientemente espera la fruta, y da otras oportunidades; pero al fin quitará el árbol sin fruto para dar espacio a otras plantas. Pablo y Pedro indicaron lo mismo en Ro 2:4-11 y 2 P 3:9.
Jesús también advirtió del juicio y el fuego: Mt 5:22, 29; 18:9; 25:41.
Mateo 3:11
“Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento”—En su corto ministerio público de ocho meses a un año, Juan habrá bautizado a miles de personas que vinieron para oírle. En estos bautismos, Juan reclamaba de los bautizados un compromiso personal y profundo con el reino de los cielos, donde mora Dios. También reclamaba acciones correspondientes a un ciudadano del reino cuyo centro está en los cielos. Al vivir como un ciudadano del reino de los cielos, uno está obligado a cambiar su vida aquí en la tierra, como Juan indicó con lujo de detalles en Lc 3:10-14.
El bautismo de Juan en agua, exterior y visible, mostraba el arrepentimiento y el deseo por el venidero reino del Mesías. Y fue, entonces, una preparación para el bautismo hecho por Jesús en el Espíritu Santo, interior e invisible, que cambia el carácter y destino del bautizado.
Es así que el reino de los cielos cambiará el interior, y el exterior, de una persona.
“Pero”—Es lo mejor que se puede decir de una palabra griega que no es traducible al español. Literalmente Juan indica “les voy a presentar un contraste” entre su ministerio y el ministerio de Aquel que viene, Jesús. El Señor dijo que Juan fue “antorcha que ardía y alumbraba” (Jn 5:35), y “entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista” (Mt 11:11).
Sin embargo, Juan sabía muy bien que hubo una enorme distancia entre su persona y ministerio, y la persona y ministerio de Jesús Mesías. Y lo pinta en la ilustración del siervo más humilde en una casa.
“El que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar”—Los siervos judíos no eran obligados a cumplir este servicio tan bajo; sólo los siervos y esclavos extranjeros fueron obligados a hacerlo. El siervo más humilde en una casa se arrodillaba frente a los que venían o volvían a casa y, con la cabeza agachada, desataba las sandalias de los pies. Luego, con cuidado, lavaba los pies con agua limpia en un lebrillo, y los secaba con una toalla.
Ese siervo no levantaba el rostro para mirar a las personas que servía. No les hablaba ni una sola palabra, y ellos no le hablaban. Esperaba callado, servía callado al lavar los pies, y continuó callado cuando lavaba las sandalias para quitarles el barro y la suciedad de la calle. Luego, calladamente colocaba las sandalias al lado interior de la puerta para que las personas saliesen a la calle llevando sandalias limpias.
El puesto no demandaba educación ni buen aspecto ni poder convencedor. Era un SIERVO, y nada más. Y esta es la posición que Juan tomó para sí mismo frente a Jesús. Juan no se sentía suficiente para siquiera llevar las sandalias de Jesús, cuánto menos lavarle los pies.
¡Ojalá que cada pastor, maestro, evangelista, o diácono de la iglesia en América Latina, y el mundo, estudiase el carácter servicial y la abnegada humildad de Juan!
“El que viene”—Los rabinos judíos hablaban del Mesías como “el que viene”. Cuando fue apresado por Herodes Antipas, cruelmente encerrado en la fortaleza de Maqueronte, Juan se preocupó, y logró enviar dos discípulos suyos para preguntar a Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir?” (Mt 11:3). La multitud, durante la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, decía: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mt 21:9). Ver textos mesiánicos en el Antiguo Testamento que se refieren “al que viene”: Dn 7:13-14; Sal 118:26; Zac 9:9; Mal 3:1, etc.
“Es más poderoso que yo”—Algunas personas estaban diciendo que Juan era el Mesías (Jn 1:19-27), pero Juan lo negó rotundamente. El Bautista declaró que había una enorme diferencia cualitativa entre él y Aquel que viene. Es la diferencia entre lo finito y lo infinito, lo terrenal y lo celestial, el del tiempo y el de la eternidad, la luna con luz reflejada y el sol con luz que se origina en sí mismo, el bautismo en agua y el bautismo en el Espíritu Santo. En rango, dignidad y posición, y en todas las cosas, Juan rehusó compararse con Jesús.
“Más poderoso” es una sola palabra en el griego (“isxuroteros”) que significa más fuerte, mayor poderío. No hay nadie que se compare con Jesús.
Algunas de las diferencias son:
- Juan no obraba señales y milagros; Jesús los hace en abundancia.
- Juan tuvo un mensaje preliminar, estrecho; Jesús tiene un mensaje amplio que se aplica a toda la vida y a cualquier relación.
- Juan atrajo un número limitado de discípulos; Jesús atrae millones de discípulos.
- Juan es un personaje de la historia; Jesús es el centro de la historia.
- Juan murió y fue sepultado en la tierra; Jesús murió, resucitó, y está en los cielos.
- Juan escuchó la Voz celestial; la Voz celestial habla directamente a Jesús.
- Juan fue el último pregonero del Antiguo Pacto; Jesús comienza el Nuevo y Eterno Pacto (Lc 16:16).
“Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”—Siguen las diferencias. En griego es “en Espíritu Santo”, sin el artículo, lo cual da énfasis a la calidad del Espíritu y su santidad. Juan pudo bautizar en agua como señal de arrepentimiento. Sólo Jesús tiene poder para dar el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, es el único capaz de regenerar a una persona, cambiar el corazón y la mente, y producir el poder transformador del santo Dios en uno (Jn 14:16-17, 26; 15:26; 16:7; 20:21-22; Hch 2:32-33).
Antes del Pentecostés, el Espíritu Santo caía sólo sobre individuos para tareas específicas. Pero al usar el plural, “os bautizará”, Juan estaba profetizando una amplitud enorme en el ministerio del Espíritu. Desde el Pentecostés en adelante, ¡el Espíritu sería otorgado a todos los creyentes! Primero cayó sobre los 120 (Hch 2), luego sobre samaritanos y gentiles (Hch 8:17 y 10:44), y sobre personas en todo el mundo durante dos mil años. Esto nunca sucedía antes, y Juan lo veía como algo estupendo.
“Y fuego”—Hay tres aplicaciones: (1) El Mesías, con el Espíritu Santo, limpiará la nación de Israel, y el resto de la humanidad, al quemar y destruir a las personas que le rechazan. Malaquías profetizó de esta limpieza, “no les dejará ni raíz ni rama” (Mal 3:1-3; 4:1, 3). (2) El Mesías es como fuego purificador, que refina y limpia la plata, para purificar a sus siervos (Mal 3:2-3). Es decir que los que son bautizados en el Espíritu Santo serán refinados y limpiados por el Mesías, para que su vida y servicio sean aceptables y gratos al Señor (Mal 3:4). Este fuego purifica lo bueno y consume lo malo; tiene una doble función. (3) Puede ser que Juan estuviera también profetizando de las lenguas de fuego que se sentaron en los creyentes el día de Pentecostés (Hch 2:1-3).
Las Escrituras presentan a la palabra de Dios (Dt 4:36; 5:22; 33:2-4; Jer 20:8-9; 23:29) y al Espíritu Santo (Mt 3:11; Lc 3:16; Hch 2:3) con símbolos de fuego. En el verdadero ministerio bíblico, el uno no es elevado por encima del otro: los dos funcionan en forma combinada. Lo mejor siempre es cuando la Palabra de Dios es predicada en el poder del Espíritu Santo. ¡Allí es donde se siente el fuego purificador y santificador de Dios!
Los oyentes de Juan fácilmente comprendían que el fuego funciona como un faro en la playa o en una torre para guiar a un barco al puerto, calienta a una persona que sufre del frío, y purifica a los metales cuando son fundidos. Les era, entonces, posible comprender en la prédica de Juan la orientación hacia un buen puerto espiritual, el calor para abrigar corazones fríos y abatidos, y la purificación de la vida al quitar la escoria del mundo.
El mensaje de Juan acerca del Espíritu Santo cayó con fuerza entre sus oyentes judíos, pues los judíos de aquel tiempo esperaban al Espíritu para serles:
- Aliento para desaparecer la fatiga y el cansancio, e infundirles nueva vida (Is 44:3);
- Viento con poder irresistible, para dar poder y capacidad a cualquier que lo recibe (Jue 13:25; 14:6; Is 44:3; Ez 36:26-27);
- Creador y recreador, como en la creación (Gen 1:2), y en la reestructuración de nuestras vidas y posibilidades (Ez 37:8-10);
- Mensajero de la verdad, para discernir a las personas que siguen a Dios (Is 34:16; 42:1);
- Maestro para hacerles reconocer la verdad de Dios, y abrir los ojos a los que siguen a Dios (Is 11:2; 29:24; Ez 2:2).
Los judíos creyentes leían los profetas, y esperaban al Espíritu Santo para: (1) Darles un corazón nuevo (Ez 36:26-27); (2) Vivir en el Espíritu (Ez 37:14); (3) Ver el rostro de Dios (Ez 39:29); (4) Recibir lluvias espirituales (Is 44:3); y (5) Profetizar al recibirlo (Jl 2:28).
Mateo 3:12
“Su aventador”—El proceso de la cosecha en ese tiempo (todavía se sigue la misma costumbre en lugares rurales de América Latina) era cortar los tallos de trigo con una hoz y llevarlos en manojos a la era, amontonándolos allí. Luego, con animales, y muchas veces con un trillo que ellos arrastraban sobre los tallos de trigo, se arrancaba los granos de trigo de los tallos (tamo, paja). El siguiente trabajo era separar cuidadosamente el trigo de la paja. Esto se hacía cuando soplaba un viento, y con un aventador se tiraba al aire la paja y el trigo: el viento llevaba la paja liviana a un lado, y el más pesado trigo caía en la era. David pidió al Señor que sus enemigos fuesen “como el tamo delante del viento” (Sal 35:5).
Es un proceso que demanda pericia, para que nada del precioso trigo se pierda. Se recoge el trigo en sacos para el granero, mientras el tamo es quemado.
Es un cuadro serio de cosecha y separación, repetido muchas veces en el Antiguo Testamento en pasajes bien conocidos por los oyentes de Juan (Jue 6:11; Sal 1:4; Is 5:24; 41:15-16; Dn 2:35; Os 13:3; Mal 4:1, 3).
“Está en su mano”—El tiempo es presente. Juan manifestó que el proceso de la cosecha estaba ya en función. Actualmente, en este momento, Cristo está haciendo distinción entre paja y trigo. Los resultados serán plenamente revelados en el juicio final, pero el proceso ya comenzó (Mt 13:24-30).
“Limpiará su era”—El griego implica “limpiará de un lado al otro”. El agricultor comienza a limpiar la era, es decir recoger el trigo, en un lado de la era y, con cuidado, sistemáticamente barre toda la era, hasta llegar al otro lado, separando lo bueno de lo inservible (ver Mt 13:30, 36-43, 47-50). Luego lo bueno va a un buen destino (el granero), y lo inservible a un mal destino (el fuego).
La era es todo el mundo. Ninguna nación o pueblo será dejado fuera. El juicio es profundo y es total en toda la humanidad (Mt 24:30-31; 25:31-33; Hch 17:30-31; Ro 2:5-12; 1 Co 3:13-15; 4:5; 2 Co 5:10, etc.).
“Recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja”—La venida de Cristo revelará la separación de los humanos: trigo o paja, los que están en su favor y gracia o los que están en su contra (Mt 10:34-36). Cuando se predica a Jesús, sucede como en el ministerio de Juan: hay una división en el pueblo. Algunos están a favor, y muchos están en contra.
Juan Bunyan, autor del muy conocido libro El Progreso del Peregrino, se convirtió a Cristo cuando oyó preguntar: “¿Dejarás tus pecados para ir al cielo? ¿O abrazarás tus pecados para ir al infierno?” Bunyan dejó sus pecados y emprendió su vida de peregrinación con Cristo hacia la Ciudad Celestial.
El griego en este versículo deja bien claro que el aventador es de Cristo, la era es de Cristo, y el trigo es de Cristo. Pero, la paja no es de Cristo.
Debemos recordar aquí, y predicar en toda oportunidad, Jer 8:20, “Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos”. Es el llanto de aquellos que, habiendo tenido oportunidad para ser salvos no se sometieron al Salvador, y a pesar de todos sus esfuerzos humanos se van al juicio sin alguien que les defiende allí. Van a la condenación, y se dan cuenta de ello demasiado tarde.
Juan volteaba los valores sociales de Israel, como más adelante también lo haría Jesús. La sociedad judía concedía el primer lugar a los ricos, los educados, los de familias renombradas. Pero Juan predicó que los de valor en el reino de los cielos son los arrepentidos, los que siguen al Rey que se aproxima, los que son bautizados en el Espíritu Santo y llevan frutos de justicia.
“En fuego que nunca se apagará”—Hoy muchos desechan la doctrina del castigo final, realizado por Dios. Pero Juan dijo, y Jesús afirmó (Mt 18:8-9; 25:41, 46) que nadie, a pesar de muchos libros contrarios, o sermones, o videos en contra, podrá escaparse del juicio divino. Es cierto que Dios es amor. A la vez, su amor es balanceado con su justicia. Un amor que permite la continuidad del opresor, del abusivo, del cruel y del engañador, quienes habiendo tenido oportunidad para arrepentirse no lo hicieron, no es justo y no es amor. El verdadero amor contiene en sí el concepto inevitable de separación y juicio cuando ese amor es violado.
Juan, el hijo de Zebedeo, es considerado el apóstol del amor, y por eso es instructivo ver los contrastes entre el amor, la separación y el juicio que él presenta en los siguientes pasajes: 1 Jn 1:5-6 con 4:5; 2:4 con 5; 2:9 con 10; 3:3 con 4; 5:11 con 12. La oferta del amor es inclusiva. A la vez, el amor busca respuesta en acciones y relaciones, y cuando no la halla hay separación entre los que aman y los que no aman.
El Bautista dio tres ejemplos de la inspección y separación que el Mesías hará: (1) Árbol bueno o árbol malo (Mt 3:8-10); (2) Bautismo en el Espíritu Santo o sólo en agua (Mt 3:11); (3) Trigo o paja (Mt 3:12).
Nota para predicadores: las ilustraciones de Juan son de cosas comunes en aquel lugar y tiempo—árboles frutales, talar árboles con un hacha, trillar y aventar la cosecha, las piedras en los cerros, y un siervo desatando las sandalias de su señor. El Bautista predicó con palabras y ejemplos entendibles para la gente común, no usaba expresiones teológicas ostentosas. Por eso, acudieron de todas partes para escucharlo.
Mateo 3:13
“Entonces”—Marca el comienzo de la transición del ministerio de Juan al ministerio de Jesús (la cesación del ministerio de Juan sucedió abruptamente unos meses después, cuando Herodes Antipas encarceló a Juan—Mt 14:3-4). En el griego (“tote”) es una palabra usada por Mateo para introducir un nuevo elemento en su historia de Jesús (Mt 3:5, 13; 4:1, 5, 10-11).
“Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán”—El tiempo en griego es presente, “Jesús viene de Galilea”; así Mateo indica la importancia de aquel viaje. ¿Cómo supo Jesús que su tiempo había llegado, que tenía que dejar la vida tranquila en Nazaret y viajar a Juan para iniciar el ministerio público?
El Señor Jesús estudiaba profundamente las profecías del Antiguo Testamento, y la noticia y el mensaje de Juan habrán llegado a Nazaret por medio de viajeros, algunos de los cuales posiblemente fueron bautizados por Juan. Jesús sabía, entonces, que su tiempo se aproximaba. Además, en sus vigilias de oración con el Padre, Él habrá sentido el tiempo. Según el Evangelio de Juan, Jesús conocía su hora de esperar y su hora de actuar (Jn 2:4; 7:30; 8:20; 12:23; 13:1; 17:1).
El viaje fue largo a pie: 125 kilómetros si es que Jesús pasó por Samaria, y hasta 140 kilómetros o más si tomó el camino al este del río Jordán. Le habrá requerido cuatro o cinco días para caminar esta distancia en los caminos accidentados y rústicos de la época. Convencido de que su tiempo ya llegaba, es maravilloso que el Señor humildemente fue a donde estaba su siervo y primo Juan, y no a la inversa.
No llegó en un caballo blanco, como un conquistador coronado, sino caminando, en sandalias sencillas, como una persona pobre, desde el insignificante pueblo de Nazaret.
El muy influyente periodista británico Malcolm Muggeridge, que en su juventud simpatizaba con el comunismo, dijo que “la venida de Jesús al mundo es el evento más estupendo en la historia mundial”.
“Para ser bautizado por él”—El bautismo de Jesús posiblemente ocurrió en setiembre de 26 d.C., unos cinco o seis meses después de cuando Juan comenzó a predicar y a bautizar.
Lc 3:23 nos informa que Jesús “era como de treinta años” de edad aproximada. Su primo Juan le llevaba seis meses. Concluimos que Jesús nació por 6 o 5 a.C. (ver el comentario sobre Mt 2), así que en el año 26 d.C., el Señor tendría como 30 años de edad terrenal.
Lc 3:21 indica que Jesús se bautizó “cuando todo el pueblo se bautizaba”. Hay varias traducciones de este versículo al español que dicen algo como “cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado” (RV 1977). Quiere decir que después que la multitud de aquel día fue bautizada, y Juan se paraba solo en el agua, Jesús entró al río y se acercó a él.
¿Por qué lo hizo así? (1) Sabemos que Jesús fue humilde, nunca empujaba, y prefería dejar a los demás ir primero. (2) Nunca antes los dos se habían visto, y posiblemente Jesús quiso estar a solas con Juan, su primo y fiel pregonero. (3) Mucha gente estaba parada en la orilla del río, y había espectadores para ver lo que estaba por suceder. (4) De esta manera Jesús se sometió al bautismo, apartado de los pecadores que tenían de qué arrepentirse (ver He 7:26).
Jesús se bautizó aparte de los pecadores, después montó en un pollino “en el cual ningún hombre ha montado jamás” (Lc 19:30), y Él fue sepultado en un sepulcro nuevo “en el cual aún no había sido puesto ninguno” (Jn 19:41). Jesús es singular, no hay nadie como él.
Mateo 3:14
“Mas Juan se le oponía”—Juan le resistía con energía, según el griego. Juan no pudo creer ni aceptar que al Cordero de Dios le fuera necesario ser bautizado. Indicó su oposición con sus palabras, y posiblemente con las manos en un gesto de desacuerdo. Una traducción exacta sería: “Juan quiso resistir enérgicamente a que Jesús se bautizara”.
“Diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti”—Juan había escuchado muchas confesiones de pecado, sabiendo a la vez que él también era pecador. Profunda y sinceramente quiso confesar sus pecados ante Jesús, según la costumbre que él conocía y practicaba. Sin embargo, Dios tuvo algo mejor y más grande para Juan.
“¿Y tú vienes a mí?”—Juan se admiraba, no podía creer que él tuviera un papel tan importante en la obra divina. ¡Qué bendición y ejemplo es Juan aquí! En lugar de jactarse y ostentar su rol y posición, desecha todo lo suyo, porque reconoce la excelencia y la grandeza de Jesucristo. ¡Cuánto nos urge tener y ver esta clase de humildad entre los líderes cristianos de hoy! Tal vez tendríamos menos autoproclamados “apóstoles”, “obispos”, “profetas”, y “evangelistas internacionales” si tuviéramos el espíritu de Juan.
Mateo 3:15
“Pero Jesús le respondió”—Quiere decir que Jesús respondió a Juan con respeto, no con órdenes, sino con razonamientos que el Bautista podía entender. Más que los otros Evangelios, Mateo destaca el respeto que Jesús demostró hacia Juan, y con sus palabras resaltaba la importancia de Juan. En cada caso Mateo, citando varias veces a Jesús, expandió o enfatizó aspectos de la vida, el mensaje y la prominencia del heraldo (Mt 3:1-17; 9:14-17; 11:2-19; 14:1-13; 16:13-17; 17:9-13; 21:23-32). Juan de veras introdujo el mensaje y el ministerio que Jesús llevó a cabo.
“Deja ahora”—Jesús voluntariamente tomó el lugar inferior a Juan al recibir el bautismo por sus manos. No era todavía tiempo que Jesús tomara el rol principal. En la palabra “ahora”, el griego (“arti”) indica “por este tiempo presente”, es decir, para cumplir este evento de bautismo. Es el espíritu mesiánico humilde de Sal 40:7-8.
“Porque así conviene que cumplamos toda justicia”—El griego (“emin”) ofrece algo especial: “porque así conviene a NOSOTROS que cumplamos toda justicia”. El énfasis está en lo que hacen en conjunto, Jesús con Juan. Es un enorme ejemplo de trabajar en unión. Según las evidencias bíblicas, fue la primera vez que Jesús y Juan se conocieron (Jn 1:31, 33). Aunque no convinieron antes, ambos tenían un claro entendimiento de sus posiciones y funciones, y mantenían un profundo respeto el uno por el otro. Juntos, mostraron el poder de funcionar en equipo.
El rol de Juan en el bautismo de Jesús tiene mucha importancia. Juan fue el profeta final del Antiguo Pacto; Jesús estableció un Nuevo Pacto (Mt 11:11-15; 26:27-28). En ese bautismo de Jesús se cerró la antigua línea profética, y se abrió el reino de los cielos con Jesús por Rey. Felizmente, los beneficiados por este acto de obediencia incluyen a Jesús, a Juan, y a nosotros, los millones en todo el mundo que también somos bautizados en Jesús (Hch 2:36-39).
“Cumplamos toda justicia” significa “hacer las cosas correctamente”. La palabra griega para “justicia” (“dikaiosunen”) tiene que ver con rectitud, lo equitativo según la ley, de acuerdo con lo que Dios quiere. Jesús quiso en todo cumplir lo recto, lo correcto, lo legal, sin dejar de lado el espíritu de las ordenanzas. No le interesaba buscar otros caminos más fáciles, ni menguar las demandas de la ley. Escogió para sí el camino recto, aunque fuese dificultoso, para abrirnos un nuevo camino de gracia.
Esta es la quinta vez en los comienzos de Mateo donde aparece la palabra “cumplir,” que en el griego (“pleroo”) es similar a la palabra “llenar” (Mt 1:22; 2:15, 17; 2:23; 3:15). Es como decir que en el Antiguo Testamento se da la talla y la forma del Mesías, para que lo pudieran reconocer cuando apareciera. En cada uno de estos textos Mateo está proclamando: “Mira, Jesús de Nazaret está llenando el cuadro de la talla y la forma del Mesías. ¡Él es Aquel que estamos esperando!”
“Entonces le dejó”—Otras traducciones son “entonces Juan consintió”, o “se lo permitió”. El bautismo de Jesús fue tan crucial en la historia de la redención que cada uno de los cuatro Evangelios lo relata (Mt 3:13-17; Mr 1:9-11; Lc 3:21-22; Jn 1:29-34). Aquí, en el Jordán, durante un acto humilde y sencillo, comenzó en público el negocio que trajo Jesús desde los cielos a la tierra.
Aunque Él no tuvo ningún pecado, en su bautismo Jesús se colocó entre los hombres y mujeres en sus angustias, sus remordimientos, sus conciencias cargadas, sus sentimientos de quebranto, culpa y deshonra. Se puso al lado de aquellos que Él vino a salvar (Mt 9:13). Como escribió un padre de la iglesia, Ireneo: “Él se hizo como nosotros para hacernos como Él es”. Y subrayó Dietrich Bonhoeffer: “Es solo porque Él se hizo como nosotros que podemos llegar a ser como Él.”
En su bautismo Jesús, sin pecado, dio el ejemplo a nosotros, pecadores. En su cruz, sin pecado, cargó las transgresiones de los pecadores.
Mateo 3:16
“Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua”—En griego es “siendo bautizado Jesús”; esto indica que había cumplido un acto esencial, y ya estaba listo para su ministerio. Hay una estrecha relación entre el acto correcto de Jesús y la apertura de la puerta para el próximo acontecimiento. En casi todos los eventos de la vida, el acto adecuado anticipa una bendición o la obtención de algo bueno y deseado. La obra correcta casi siempre precede al evento gozoso.
Aquí, al comenzar la carrera pública de Jesús, vemos en símbolos el punto culminante de su ministerio en la tierra: la inmersión bautismal del Señor Jesús en el Jordán y su subida del agua representan su muerte, sepultura y resurrección. Con estas bases, Pablo explicó la doctrina y los efectos del bautismo en Ro 6:1-13.
Comentó otro padre de la iglesia, Ambrosio: “Jesús mismo hizo, en su bautismo, lo que ordenó que sus discípulos hicieran”.
“Subió luego del agua”—El griego es “inmediatamente subió”. Después de ser sumergido por Juan, Jesús no se quedó en el Jordán al lado del Bautista. De la manera en que Jesús esperó que los otros fuesen bautizados antes que Él entrase al río (ver comentario sobre Mt 3:13), ahora también, al retirarse inmediatamente del río, se mantuvo apartado de los pecadores (ver He 7:26-27). Él no tenía de qué arrepentirse, y quiso evitar cualquier confusión o mal entendido. Jesús es el Rey del Cielo, sin pecado, y vino para abrir la puerta al reino celestial. Su bautismo no tuvo nada que ver con pecado propio; fue exclusivamente el acto inicial de su ministerio público.
“He aquí los cielos le fueron abiertos”—Es decir, “¡Mira (“idou” en griego), algo milagroso sucede!” Fue una señal para Jesús, y para Juan. En este hecho tan obvio, y a la vez lleno de misterio, la Santa Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, está presente, confirmando cada uno en forma distinta su unión en la obra salvadora. Vemos aquí la Trinidad en el comienzo del ministerio terrenal de Jesús, y también al final de su ministerio terrenal cuando Él entrega la Gran Comisión a sus discípulos (Mt 28:19).
Ezequiel, al iniciar su ministerio, vio los cielos abiertos, y tuvo visiones de Dios (Ez 1:1).
Al comenzar Jesús su ministerio, vio los cielos abiertos; al morir Jesús el velo (“katapetasma”) del Templo fue abierto para nosotros (Mt 27:51). Pero hay una gran diferencia entre estos dos hechos. La palabra griega indica en Mt 3:16 que los cielos se abrieron (“anoigo” en griego) sin violencia; así se comunicaba la perfecta unión y comunión que existe entre el Padre y el Hijo. En Mt 27:51 la palabra griega (“skizo”) indica que se rasgó con violencia, se hizo trizas del velo que era barrera entre los humanos y Dios. En ambos eventos Dios demostró su deseo: primero por su Hijo, y segundo por nosotros. El autor de Hebreos hace referencia al velo (“katapetasma”), que antes nos separaba de Dios (He 4:14-16; 6:19-20; 10:19-22).
Lc 3:21 dice que Jesús estaba orando cuando el cielo se abrió. Tres aplicaciones de esta situación:
- Es posible que Jesús, sabiendo muy bien el significado de todo lo que estaba pasando, recitara las palabras de sumisión al Padre en la oración mesiánica de Sal 40:6-8 (también ver He 10:5-9): “He aquí, vengo . . . el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado”.
- Esta experiencia muestra la base teológica que Jesús expresó en el comienzo de la oración que enseñó a sus discípulos: “Padre nuestro, que estás en los cielos . . .” Jesús es Hijo unigénito del Padre, mientras nosotros somos hijos adoptados por su Padre (Jn 3:16; Ro 8:14-17; Gá 4:1-7).
- Y, echando mano de la verdad expresada en esta oración, Jesús cobró poder de su Padre para resistir al diablo cuando le tentara respecto del pan, de la presunción vanagloriosa, y de la pasión por el poder (Mt 4:3-10).
“Y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma”—En profecías el Espíritu fue prometido para el Mesías (Is 11:2; 42:1; 48:16; 61:1).
Lc 3:22 agrega que el Espíritu descendió “en forma corporal, como paloma.”
En la creación el Espíritu se movía, o literalmente en el hebreo “encobaba”, sobre las aguas, como un ave que empolla los huevos (Gn 1:2). Como el Espíritu estaba obrando en la primera creación (la terrenal), el Espíritu también está operando en la segunda creación (la espiritual).
“Y venía sobre él”—La idea es que el Espíritu no sólo descendía como una paloma sobre Jesús, sino que además quedaba, posó en Él (ver Is 11:2; 61:1). Juan estuvo esperando a Aquel sobre quien descendiera el Espíritu, y que el Espíritu permaneciera en Él. Juan lo vio y confesó que eso fue exactamente lo que aconteció con Jesús (Jn 1:33-34).
Justino Mártir, escribiendo 100 años después de este magno evento, lo entendió como encender un poderoso fuego espiritual: “Cuando Jesús había ido al río Jordán, donde Juan estaba bautizando, y cuando había entrado en el agua, se encendió un fuego en el Jordán; y cuando salió del agua, el Espíritu Santo descendió sobre él como paloma, como escribieron los apóstoles de este mismo Cristo nuestro. Ahora, sabemos que él no fue al río porque necesitaba el bautismo, o el descenso del Espíritu como paloma; así como se sometió a nacer y ser crucificado, no porque necesitara de tales cosas, sino a causa de la raza humana, que desde Adán había caído bajo el poder de la muerte y el engaño de la serpiente, y cada uno de los cuales había cometido transgresión personal”.
Debido a la obediencia de Jesús, aquel fuego se ha extendido a todas las naciones del mundo, y a los millones de sus seguidores.
El Espíritu de Dios estaba reposando en Jesús y dándole poder. El Ungido de Dios recibió la fuerza divina para cumplir la misión divina. Y aunque después no se mostró en forma corporal como una paloma, el Espíritu Santo quedó con Jesús durante su ministerio aquí en la tierra. Jesús mismo dio testimonio en la sinagoga de Nazaret acerca de la presencia del Espíritu en Él (Lc 4:16-21).
¿Por qué no vino el Espíritu sobre Jesús con lenguas de fuego, como vino sobre los creyentes en Pentecostés (Hch 2:1-4)? El fuego purificador no le era necesario para Jesús, porque en Él no hubo pecado. Las lenguas no le hacían falta, pues las demostraciones de su poder, amor, excelencia y eficacia hablan volúmenes en todos los idiomas del mundo. La paloma es un símbolo mucho más instructivo acerca de la nueva creación, y señala a Jesús como el Príncipe de Paz (Is 9:6).
Algunos padres de la iglesia vieron una comparación entre el arca de Noé y el bautismo de Jesús: (a) La madera del arca (Gn 6:14) con la madera mencionada por Juan (Mt 3:10); (b) El agua del diluvio (Gn 7:10) con el agua bautismal de Jesús (Mt 3:16); y (c) La paloma que señaló a Noé que el diluvio había pasado (Gn 8:8-11) con el Espíritu que descendió como paloma sobre Jesús (Mt 3:16). Consideraron que Jesús es el arca de salvación, tomando lo que escribió Pedro como su punto de referencia (1 P 3:18-22).
Mateo 3:17
“Y he aquí, una voz de los cielos decía” (RVA2015)”—En el griego hay la palabra (“idou”) que introduce un milagro: “¡Y mira, hubo una voz!”
Ana, la madre de Samuel, profetizó que Jehová “tronará desde los cielos . . . Dará poder a su Rey, y exaltará el poderío de su Ungido [Mesías]” (1 S 2:10).
Salomón, cuando dedicó el Templo, en oración dijo que “los cielos y los cielos de los cielos” son incapaces para contener a Dios (1 R 8:27; 2 Cr 6:18). Pablo fue arrebatado al tercer cielo (2 Co 12:2-4), donde escuchó “palabras inefables” que un humano no puede expresar.
Es aquel Dios soberano, incontenible, El que mora en los más extensos cielos, quien habló a Jesús.
No sabemos si otros allí cerca del rio Jordán escucharon esa poderosa voz o lo entendieron. En el caso relatado en Jn 12:28-30, Jesús escuchó la voz del cielo, mientras la multitud oyó sólo un sonido como trueno.
Según el griego, fue una voz del cielo “diciendo”—Quiere decir que la voz del Padre continuaba sonando en los oídos del Hijo, comunicándole amor. No es el amor de uno recién adoptado, sino un amor enraizado en la eternidad, y un amor que continúa en la eternidad futura.
Jesús experimentó tres potentes señales que le afirmaban para que tomase el penoso camino de la redención que yacía en su futuro hacia la cruz: (1) Los cielos le fueron abiertos para ver los misterios y la sabiduría celestial; (2) Vio el Espíritu de Dios descender como una paloma y venir sobre Él, y es así que la Santa Trinidad estaba plenamente involucrada en esta su misión; (3) Oyó la voz de los cielos que declaró el amor de Dios por Él, y la complacencia completa del Padre en su persona y su misión, ya iniciada con este bautismo.
“Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”—Hay cuarto segmentos importantes en esta declaración, que según el griego son: (1) éste es, (2) el Hijo de mí, (3) el amado, (4) en quien Me he complacido.
“Éste es”; es como señalar con un dedo a alguien, para que no haya equivocación. No fue señalado Juan, ni la madre de Jesús, ni Pedro ni ninguno de sus discípulos, sino sólo Jesús.
“El Hijo de mí”; cumple la profecía de Sal 2:7, “Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú”. El concepto de que Dios tenga un Hijo ha sido inaceptable para muchos judíos, musulmanes, agnósticos, escépticos y otros desde que la voz lo dijo. Pero para nosotros, los que creemos en Jesús, es una conmovedora afirmación de que Jesús es como el Padre. Jesús declaró a Felipe, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9). Esta declaración es enfática, porque dos veces Jesús señaló a sí mismo. No lo habló de nadie más; ninguna virgen, ángel o santo, sino solo Jesús (ver Jn 14:6; Hch 4:12; 1 Ti 2:5; etc.). Al contemplar al Hijo entendemos las características del Padre.
- “El amado” quiere decir que no hay otro como Él, que nos puede presentar y representar ante el Padre. Juan el apóstol lo anunció claramente: “Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn 2:1). Esta frase viene de Is 42:1, considerado por los judíos como “una canción del Siervo Sufriente” (el Mesías). Al saber un judío lo que la voz le dijo a Jesús, entendería estas palabras que se relacionaban con los sufrimientos que aquella persona tendría que aguantar en el cumplimiento de su misión. Los seguidores de Jesús sabemos que esa misión le condujo a la horrible cruz.
- “En quien tengo complacencia”; el verbo en griego (“eudokesa”) indica algo que sucedió hace tiempo atrás y cuyos efectos siguen. Se podría traducir “en quien mi complacencia reposa”. Esto abre nuestros ojos para ver que en la eternidad pasada el Hijo complacía al Padre que le amaba y se gozaba en Él. Ahora, al bautizarse y emprender su misión, el Padre sigue amándole con divina complacencia. Pro 8:22-36, en forma poética, presenta al Mesías, el eterno Hijo de Dios, como “sabiduría”, y detalla la relación de beneplácito que el Padre halla en el Hijo (en cuanto a Jesús como sabiduría, ver 1 Co 1:30).
Hay pequeñas diferencias en las palabras de los Evangelios acerca de la voz, pero se explica así: Mateo 3:17 toma la perspectiva de Juan el Bautista, quien entendía que la voz decía “Este [Jesús] es mi Hijo amado.” Mr 1:11 y Lc 3:22 toman la perspectiva de Jesús, quien oyó la voz decirle “Tú eres mi hijo amado”.
Ambos, Jesús y Juan, demostraron fuerza, autoridad y poder espiritual. Este pasaje de Mateo 3, sin embargo, pone el énfasis en la humildad de los dos. Juan vivía humildad en su vida, su vestimenta, su comida, su lugar de ministerio, y su actitud frente a Jesús. Jesús mostró humildad caminando a pie desde Nazaret hasta el desierto frente a Jericó, dándonos el ejemplo al pedir el bautismo, aceptando y viviendo de acuerdo con la voluntad de su Padre, y siendo sumergido por Juan en las aguas lodosas del Jordán. Fue el Espíritu Santo en la vida de ambos, operando libremente en ellos precisamente porque eran humildes, quien les dio poder.
En humildad, parado en el barro del río Jordán, Jesús comenzó su ministerio con completa dependencia en la voluntad de su Padre y la presencia del Espíritu Santo. Así debemos nosotros también vivir.
Diferentes conceptos del Mesías
Durante los 400 años de silencio entre los últimos profetas del Antiguo Testamento y la presentación de Juan el Bautista, cuando no hubo revelación de Dios, los judíos sufrieron tremendas revueltas, conquistas e invasiones religiosas y culturales. Los persas, los griegos, los egipcios, los sirios, los macabeos, y finalmente los romanos dejaron enormes impactos en la vida y la cultura del pueblo israelí, y hubo muy diferentes conceptos de cómo sería el Mesías.
Los esenios vieron al Mesías como un poderoso guerrero de luz, que les ayudaría a ellos, los únicos santos, a conquistar las fuerzas de las tinieblas (gentiles y judíos) en una gran batalla apocalíptica final.
Los zelotes esperaban un Mesías militar humano, que tomaría las armas de guerra para destruir a los romanos y devolver la libertad a Israel, elevándola a la cabeza de todas las naciones.
Los fariseos y los levitas esperaban un Mesías que daría a Israel el lugar más alto entre todas las naciones, y restauraría todas las funciones del Templo y la ley de Moisés.
Los saduceos no estaban muy ansiosos por un Mesías, a menos que les dejara como los líderes de un Israel secular.
Los herodianos no deseaban un Mesías, pues ellos se habían acomodado a la situación actual con Roma, y estaban beneficiándose de esa situación.
La masa judía común estaba perpleja, confundida entre estos conceptos. Pero los que conocían algo de las profecías estaban esperando con ansias a un Mesías que los librara de la opresión y la grave pobreza que les consumía día y noche.
Cuando apareció Juan con su mensaje del reino de los cielos que se aproximaba, cada uno recibía el mensaje según su concepto individual. Entonces, al escuchar con más cuidado a Juan, entendía cada cual que el reino que Juan proclamaba era diferente que todos sus preconceptos. Era un reino al que uno entraba cuando se arrepentía, cuando cambiaba su mente y su modo de portarse.
¡Fue un mensaje revolucionario, un mensaje nuevo que proclamaba con fuerza el Bautista!
El Mensaje de Juan el Bautista
Juan fue pregonero del acercamiento del reino de los cielos, e indicó las bases fundamentales que el Rey implementaría:
- El reino, y el Rey. Recordó a sus oyentes la profecía de Dn 2:44, “el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido”. Este reino, y sobre todo el Rey, estaba acercándose en la persona y la obra de Jesús el Mesías. Por esto, Jesús es central en todo el mensaje de Juan (Mt 3:3, 11-17; Mr 1:2-3, 7-9; Lc 3:4-6, 15-18, 21-22; Jn 1:19-37; 3:26-36).
- El arrepentimiento. “¡Cambien su modo de pensar! ¡Acepten y obren conforme a un nuevo concepto de la realidad!” Así fue la prédica de Juan. Los ciudadanos del reino deben abandonar su orgullo y vivir de acuerdo con los buenos y sabios reglamentos del Rey (Mt 3:2, 8, 11; Mr 1:4; Lc 3:3, 10-14).
- El bautismo. Los judíos se sumergían a sí mismos en agua para purificación ceremonial; Juan bautizaba a gentiles y judíos para una vida diferente. El acto simbólico del bautismo es sepultar la vida pasada de egoísmo y pecado, y ser levantado para una vida nueva en el servicio del Rey (Mt 3:6, 16; Mr 1:4-5; Lc 3:3, 16; Jn 3:22-29; Ro 6:3-14).
- La fe. Pablo dijo que Juan exhortó al pueblo a creer, “diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo” (Hch 19:4). Juan vio a Jesús como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Y añadió Juan: “El que cree en el Hijo [Jesús] tiene vida eterna” (Jn 3:36). Desde el comienzo de su ministerio, Juan enseñó que Jesús debía de morir para traer la salvación.
- Perdón de pecados. El Bautista era muy consciente de los pecados de su día y los denunció (Mt 3:6-10; Mr 1:4-5; Lc 3:3, 7-14). Juan manifestó que Jesús tenía poder para quitar el pecado de cualquier persona (Jn 1:29, 36). ¡El Cordero de Dios pudo mucho más que los corderos sacrificados en el Templo!
- Vida cambiada. Juan reclamó de la gente “frutos dignos de arrepentimiento,” y que fuera trigo en vez de paja (Mt 3:8, 12; Lc 3:8, 10-14). Una buena parentela no es suficiente. Cada uno tiene que vivir en santidad, limpieza moral y espiritual. La razón: el Mesías separará el trigo (los que siguen y viven para Él) de la paja (los que viven egoístamente para sí mismos; Mt 3:12; Lc 3:17).
- Una sociedad nueva. Esta sociedad no depende de los grupos de antes. Al contrario, se compone de personas que siguen al Mesías. Desde entonces no es importante que sean, por descendencia física, hijos de Abraham, sino que sean como buen fruto de buenos árboles, y trigo en el granero (Mt 3:9-12; Lc 3:8-17). Estas ilustraciones de Juan señalan la formación de una nueva sociedad espiritual, formada de creyentes que están creciendo en Jesús.
- El Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo caía solamente sobre ciertas personas para obras especiales. Juan anunció que las promesas de Ez 36:26-27 y Jl 2:28 serían cumplidas en todos los seguidores de Jesús (Mt 3:11, “os bautizará”, hablando en plural; Mr 1:8; Lc 3:16).
- El juicio. Juan predicó el juicio presente, y el futuro (Mt 3:10, 12; Lc 3:7, 9, 17). Los oyentes de Juan no lo sabían, pero 40 años después, en 70 d.C., decenas de miles de judíos serían ejecutados por ejércitos romanos, siendo eso un obvio juicio inmediato de Dios al pueblo que no aceptaba a Jesús; y en la segunda venida de Cristo habrá un juicio final y eternal (Ap 20:11-15).
- Las promesas para el futuro. Al citar Is 40:3, el Bautista abrió una amplia visión a las promesas de Dios para un futuro camino de bendición, luz, plenitud y gozo, todo provisto por Dios (Is 2:3; 26:7-8; 30:21; 35:8; 42:16; 43:16, 19; 45:13). Juan tuvo una visión mesiánica e internacional, y proclamó que Dios puede “despertar a hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mt 3:9), y el Mesías “recogerá su trigo en el granero” (Mt 3:12), no importa su raza, nación, idioma o género.
Cuando anunció estos conceptos, Juan introducía las semillas de las verdades más prominentes del Nuevo Pacto que Jesús vino a implementar. El Señor Jesucristo, y los apóstoles, ampliaron estas verdades que Juan introdujo.
Cronología de Juan
Al considerar lo que dicen las escrituras acerca de Juan, y comparándolo con los acontecimientos históricos, se ofrece lo que sigue como una cronología de la vida y el ministerio del Bautista. Los años que son inciertos tienen una “?” al lado de la fecha más probable.
- 6 a.C. El ángel Gabriel anunció a Zacarías que tendría un hijo. Poco tiempo
después, María, la madre de Jesús, visitó a Elisabet, y Juan “saltó de
alegría” dentro de Elisabet (Lc 1:41-44).- 6-5 a.C. Juan nació de Zacarías y Elisabet en Judea, cerca de Jerusalén, 6 meses antes del nacimiento de su primo Jesús; fue nazareo, e instruido por sus padres en las escrituras.
- 6-10 d.C.? Fallecieron Zacarías y Elisabet, los ancianos padres de Juan; Juan comenzó a rechazar la corrupción de los sacerdotes en Jerusalén.
- 10 d.C.? Juan, al quedar huérfano, decidió no ser sacerdote como su padre.
- 10-24 d.C.? Juan creció en el desierto, y es muy posible que se refugiara con los esenios cerca de Qumrán.
- 24 d.C.? Juan inició el proceso de dos años de preparación para ser miembro de la comunidad esenia en Qumrán; estudiaba los profetas, especialmente Isaías, y los reglamentos esenios.
- 25-26 d.C.? Juan mostró su desacuerdo con el aborrecimiento de los esenios hacia los que no pertenecían a su secta, y en consecuencia fue echado de la comunidad, sin ropa y sin comida. Reflexionando sobre Isaías, y ayudado por el Espíritu Santo, Juan formuló su mensaje. Sabía por sus padres que Jesús era su primo, pero no hay evidencias bíblicas que lo conocía personalmente. Dios le reveló su papel especial en el comienzo del ministerio del Mesías.
- 26 d.C. En abril de este año, Juan comenzó a predicar y bautizar en la ribera al este del río Jordán, frente a Jericó, en un lugar muy concurrido cerca del camino entre Jerusalén y Filadelfia (hoy Amman, Jordania).
- 26 d.C. En septiembre u octubre de este año, Jesús vino a Juan para ser bautizado; Juan seguía predicando y bautizando.
- 26-27 d.C. Juan habló poderosamente acerca de Jesús, indicando que Jesús debía crecer, mientras Juan debía menguar (Jn 3:30).
- 27 d.C. Juan predicaba contra el matrimonio ilegítimo de Herodes Antipas con Herodías, la esposa de su hermano; Juan fue encarcelado por Herodes en la fortaleza de Maqueronte.
- 28 d.C. Desde la cárcel de Herodes Antipas, Juan envió mensajeros para preguntar si Jesús era aquel que Juan esperaba; Jesús respondió, y habló bien de Juan.
- 29 d.C. Juan fue decapitado por Herodes Antipas, a petición de la hija de su esposa ilegítima, Herodías; los discípulos de Juan sepultaron su cuerpo. (Luego, Herodes perdió una guerra iniciada por el iracundo padre de su primera esposa, Fasaelis; Herodes fue desterrado con Herodías, y murió en la ignominia.)
Se Despojó, y Creció
Nos instruye Fil 2:7 que el eterno Hijo de Dios “se despojó (se vació) a sí mismo” al tomar la forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Pero no lo entendemos, y no sabemos explicarlo. Es un misterio para nosotros.
Sabemos según Lc 2:40 y 52 que Jesús crecía en sabiduría. Al crecer, parece que en dos eventos reconoció enormes verdades acerca de sí mismo: (1) En el Templo, a los doce años, supo que Dios era su Padre y que debía estar en sus negocios (Lc 2:49). (2) A los treinta años, en su bautismo, oyó la voz divina declarar que Él es el Hijo amado del Padre y que el Padre está complacido con Él (Mt 3:17). En el Templo entendía y dijo Jesús que su vida sería atender los negocios de su Padre. En su bautismo y la lucha inmediata contra el diablo en el desierto, Él mostró que su negocio comenzaba desde entonces, y que Él entendía cómo desarrollarlo.